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LA CAMA

A MIS SOBRINOS

Tengo dos almas de fuego
atrapadas en el fuelle del corazón.
Duelen las caídas de sus calendarios
con sus días, meses, años...
Mis sobrinos, esa diferencia entre
cachorro vivo y viejo enterrado,
esa distancia que media entre
la vida que nos halla y la muerte que hallamos.
Entre la cuna y el sepulcro
se hallan los sueños que frecuento a diario.
Cada noche, antes de irme a dormir,
cuento la historia que no podré contarles,
 
fantaseo con el milagro de semilla
que termina fracasada de inexistencia.
 
Cada noche, antes de irme a dormir,
cuelgo una percha de luna
en el armario oscuro,
en cada prenda, la pregunta
que nunca podrán hacerme.
Cada percha es
un signo de interrogación
deshaciéndose en la bruma de los sueños
para siempre.
Hay un ritual de beso, abrazo, cosquilla y regazo,
burbuja del deseo irrealizable,
que enjabona el espacio oscuro
entre ángel y estrella
y los baña en la noche
sin mis besos, mis abrazos,
mis cosquillas, mi regazo.
 
En un corazón de cometa,
con la almas de atrapasueños encendidas,
todos los significados cobran vida.
Les busco
entre las luces pequeñas de la ciudad bulliciosa.
Salto con ellos de la mano
sobre las hojas caídas y charcos,
nos adentramos en lugares prohibidos
y corremos de la mano por las aceras
cuando todos caminan ciegamente.
 
Se escapan,
juegan a esconder sus corazones,
los busco entre las plumas del viento,
entre gente menuda, mediana e ingente
y siempre los encuentro en el mismo lugar:
en la boca secreta del arcoíris,
allí se guardan todos los colores de los besos
que no conocemos
y que sólo rondan los niños.
 
Les cuelgo mi corazón en el pecho,
decorado con plumillas del campo,
lentejuelas y abalorios con sus mil sonrisas.
Escucho el coro de sus almas sobre las tapias,
suben hacia el cerro de lavandas y pinos,
adoran las flores, corren sin descanso,
canturrean y hacen equilibrios sobre las rocas,
se cuelgan de los árboles
y no cesan de hacer preguntas,
tienen el cielo del universo sobre sus cabezas
con todas las incertidumbres
y todas las respuestas a las preguntas
que los adultos nunca podremos contestar.
 
Los niños, los pequeños sabios del planeta,
siempre en lo alto del tobogán de montaña,
saben que todos los pinos unen sus ramas.
todos los robles, también las hayas,
y saben que nosotros también
acabaremos nuestras mandalas
en unión con los animales,
 
saben que uno somos,
la misma cosa;
el corzo, ánade,
el ánade, carpa,
la carpa, ardilla
la ardilla, cisne,
cisne, nosotros,
cisne, el corzo
y el infinito, el uno
que renace al mundo.
Sólo los niños lo saben,
conocen todos los secretos
que hemos olvidado.
Descienden con las campanas;
son latón, papel, corteza y carne sana,
son todas las cosas que amamos,
son los que hallan los milagros
y los toboganes de hiedra enredados.
Todos los pinos unen sus ramas
Todos los niños descienden verticalmente.
La naturaleza nos quita y nos devuelve a los niños
vertiginosamente,
caen por el tobogán desde la cima helada
peligrosamente.
Nos alcanzan en la cama dorada,
finalmente.
 
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Del libro: Todo el amor que soy

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