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DE PEQUEÑA

MISTERIOS

De pequeña todo era un misterio:
 
El fondo de la piscina,
con sus últimos mosaicos azules
albergando colgantes, pendientes y anillos,
pero también esa mágica flotabilidad
donde el cuerpo se acerca peligrosamente
al alma activa cuando juega
y al alma en letargo cuando cesa...
 
El interior de la tele
donde presentadores y concursantes agazapados
se encontraban con los cantantes y aficionados
y conviviendo en comprimido espacio,
saltaban a la pantalla siempre a tiempo,
de modo milagrosamente ordenado...
 
El interior de una cajita de música,
donde uno ansiaba poder por fin palpar las notas,
coger la melodía entre las manos,
estirarla y encogerla,
hacer una pelota y botarla,
cortarla donde más nos mueve
y pegárnosla en la boca
y entender el misterio que los sonidos producen
en nuestro cuerpo,
ahí en el pecho acelerado,
ahí en los ojos húmedos,
ahí en las manos temblorosas,
poner materia y sustancia
a lo que nos conmueve
y después dejar en silencio a la bailarina,
admirar su resiliencia e imperturbabilidad
tan lejos de nuestra vidriosa fragilidad...
 
Los viajes en furgoneta
bajo el último sol de la tarde,
como si alguien desde arriba,
con una brocha gigante,
pintara de oro la vida que arde
ante nuestros ojos,
yo sentía entonces
que el mundo era mucho mejor
en cualquier otra parte
y que siempre tendría esa opción
y que la esperanza de hallar lo especial
nunca me abandonaría:
la pasión frente al dolor,
la palabra y el arte que creo
frente a la realidad que no elijo yo...
 
El río de mi ciudad,
justo al lado de mi casa,
los viajes en familia al mar,
ese primer azul
que no se apoya en el cielo
y que rompe con el paisaje de la cruz
y la rutina,
y junta nuestros tiempos
y nos hace libres
para amar a los que ya amamos
y nos reúne como granos de arena
que deciden hacerse castillo y fortaleza...
 
La fotografía que consigue apreciar el alma que éramos
y que nos devuelve lo que somos ante los demás,
esa niña de rostro serio, vestido sucio y que porta algún objeto desconocido,
esa niña que debería amar
y a la que tantas veces abandoné,
esa niña a la que me gustaría abrazar
y pedir perdón por el daño...
 
El radiocasete con las cintas atrapables y fenecidas
que nos mostraron la mayor belleza audible del planeta
y nos hicieron soñar con el mejor de los mundos posibles
y nos agrandó el espacio cálido en el corazón...
 
Sigue...
 
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