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Amadeo, abuelo

(CUENTO)

Ocho años han pasado y acá estoy, un poco triste y menos extasiado que en mi niñez. Los 18 me sentaron mal y a mi abuelo también. Prácticamente no me saluda, piensa que yo no existo y que soy una representación de sus fábulas, a veces me nombra con apodos al estilo “Ulises” o “Parménides”. Sus dientes ya carecen de existencia, y los vinilos rayados deforman el sonido de Litz.
Mi abuela ya ha fallecido, se extraña su dulzura frente a la amargura infinita que me acosa hoy.
Por fin, luego de años pude leer a Amadeo, sus textos son increíbles, si no fuese porque se repiten una y otra vez. Las decenas de hojas que hay con su tinta son iguales entre si, es un comienzo infinito; una llave torcida que solo sirve para abrir una vez. Cada que comenzaba a escribir, mientras yo lo observaba desde mi sillón, no era más que para repetirse de forma infinita y perfecta, así fue al menos desde sus 60 años.
Su delirio y su avanzado Alzheimer eclosionaban en un texto uniforme, brillante, hermoso y hasta claustro, pero sin desarrollo: introducción kafkiana.
El creiase un escritor exitoso, vivía en una burbuja de fama, y para él, siempre fui un joven admirador que dejaban ingresar en su casa, y nunca su nieto. Eso justifica quizás, sus falsas anécdotas y relación con los escritores del “boom” latinoamericano, su ilusoria relación de amistad con Cortázar y tantas otra cosas.
Aquel erudito de la música y de las letras admirado por mi, no era más que un anciano tierno con algunos trastornos mentales que lograba ahogar con alcohol y escritura, la misma escritura en prosa que torturaba al papel, al recibir las mismas palabras durante añares.
Hoy me llevo las copias, abrazo a mi abuelo y lo despido con un beso en la cabeza. Sé que en su mirada perdida y atormentada ya no queda esperanza, pero antes de irme le dije al oído:
—Querido abuelo, para mí siempre serás el mejor novelista que existió, sé que escribiste más de lo que puedo entender, y tu voz tan preciada hoy endulza mis tímpanos adormecidos de tristeza.
Amado amadeo siempre conmigo llevaré tu eterno renacer. Más vale morir ahogado en delirios, ritmos y letras, que cuerdo y sin ideas.

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