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I

 
Yo soy una que dormía
junto a su tesoro.
Él era un largo temblor
de ángeles en coro;
él era un montón de luces
o de ascuas de oro,
con su propia desnudez
vuelta su decoro.
Viviendo expuesto y desnudo
por más que lo adoro.
Cosa así, ¿quién la podría
cubrir con azoro?
Cosa así, ¿quién taparía
con manto de moro,
por más que cubrirla fuese
«La Ley del tesoro»?
 

II

 
Me lo robaron en día
o en noche bien clara;
soplando me lo aventaron
los genios sin cara;
desapareció lo mismo
que como llegara:
tener daga, tener lazo,
por nada contara.
 

III

 
Me dejó revoloteando
en el mundo huero
la Ley ladina del dios
mitad aparcero.
Me oigo la cantilena
como, el tero-tero,
o como sobre las tejas
refrán de aguacero:
-«Guardarás bajo la mano
tu tesoro entero».
 

IV

 
Algún día ha de venir
el Dios verdadero
a su hija robada, mofa
de hombre pregonero.
Me soplará entre la boca
beso que le espero,
miaja o resina ardiendo
por la que me muero.
 
Se enderezará mi cuerpo,
venado ligero,
temblando recogerá
su don prisionero;
arderá desde ese día
al día postrero,
metal sin vela de dueño,
sin ¡ay! de marinero.
¡Y no más me robarán
como al buhonero,
como al árbol del camino,
palma o bananero!
Otras obras de Gabriela Mistral...



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